El concepto de evaluación ha ido evolucionando en el tiempo, de manera que en la actualidad nos encontramos con una serie de modelos, con diferentes enfoques, que podemos hacer servir para nuestro trabajo como educadoras sociales. Me centraré en cuatro de éstos, como ejes importantes dentro de la historia de la evaluación.
En primer lugar, encontramos a Tyler (1950) como “el padre” de la evaluación. Desde un enfoque tecnológico, éste considerada la evaluación como proceso de determinar hasta qué punto los objetivos educativos han sido actualmente alcanzados. Desde esta perspectiva, la tarea de evaluación, sería comprobar si nuestro proyecto o programa es eficaz o no lo es, en la medida en que se cumplan los objetivos que se plantearon inicialmente. Para poder ver si los objetivos se cumplen habrá que partir de indicadores de evaluación para comprobar si efectivamente éstos se van cumpliendo.El problema que encontramos en este tipo de planteamientos es que, al estar basados en la medida no se permite la modificación de los programas durante su desarrollo, obviando, por lo tanto, los efectos secundarios o no previstos que se van aconteciendo en el programa, siendo en ocasiones lo más significativo. Otro inconveniente que vemos es que se excluyen los intereses o opinión de los participantes, preocupándose en mayor medida de cumplir únicamente los objetivos.
El segundo de los enfoques es una evaluación más dirigida a la valoración. Esta, según Scriven (1967), es el proceso por el cual estimamos el mérito o valor de algo que se evalúa. Este modelo obvia la referencia de los objetivos del programa o proyecto, la función de la evaluación está más encaminada a analizar los efectos secundarios del programa, para qué se ha creado, y para quién. Entra en juego la audiencia (usuarios) teniendo en cuenta si el programa responde o no, a sus necesidades reales.
El tercer enfoque está más orientado a la toma de decisiones. Desde este planteamiento nos encontramos a Stufflebeam y a Shinkield (1987), estos conciben la evaluación como un proceso de diseñar, obtener y proporcionar información útil para juzgar alternativas de información. Es por lo que la evaluación, además de medir, implica emisión de un juicio sobre la medida-valoración, con el fin de servir de guía para la toma de decisiones, solucionar problemas y promover la comprensión de los fenómenos implicados.
El último enfoque sería el de crítica artística de Eisner. Este concibe al evaluador como un experto que interpreta y emite juicios de valor sobre el propio programa. Debemos incluir en la evaluación no sólo los hechos, sino también los sentimientos de los participantes, siendo éstos el eje importante para la evaluación.Este planteamiento encuentra necesario contemplar la crítica del programa a través de terceros que hayan podido analizar desde algún punto de vista el programa ( Educadores del centro, acompañantes de los participantes...), como también se priman los procesos y actuaciones que se van aconteciendo, por encima de cualquier resultado o producto final.
Una vez clara la teoría, ¿Cómo evaluaremos nuestro programa?. Aunque cualquiera de estos enfoques son válidos, en este punto me centraré en recordar una serie de aspectos importantes para la evaluación de nuestros programas. En primer lugar, será más aconsejable trabajar con instrumentos cualitativos que cuantitativos, ya que explican mejor la complejidad de la realidad en la que trabajamos, aunque podemos completarlos con datos numéricos que siempre pueden ser relevantes, claro. En segundo lugar, siempre evaluar los procesos, que nos revelarán en ocasiones muchos más aspectos importantes e imprevistos que sólo evaluar el producto final. Y por último, la importancia de la triangulación de datos, es decir, dar voz a los participantes y a los profesionales implicados en el proyecto, es un rasgo de la evaluación muy importante, ya que no sólo conseguimos información sobre la opinión que les merece el programa, sino también qué sensaciones, emociones y efectos ha producido en éstos.
Firmado: FUEGO (MaríaPolo)