Hoy quiero reflexionar un poco sobre la importancia del lenguaje, sobre las palabras que utilizamos para nombrar la realidad, y por qué utilizamos esas y no otras. Hemos de ser conscientes de que la lengua es un instrumento de poder, imprescindible para nombrar la realidad. Y trayendo el asunto a nuestro terreno, es decir, al terreno de lo social, el uso de unos u otros términos ni es casualidad, ni da lo mismo.
Por ejemplo, el otro día estuvimos viendo en clase que no es lo mismo hablar de intervención, que hablar de acción, ya que mientras el primer término implica un hacer desde fuera y sobre algo o alguien, el segundo nos habla de un hacer desde dentro, partiendo de un algo o alguien dinámico, que se mueve en lugar de limitarse a ser un simple receptor. Es decir, el uso de uno u otro término está reflejando una determinada concepción de la realidad, del sujeto, de cómo se entiende la animación sociocultural y por tanto su uso no es inocuo, ya que implica modos de hacer diferentes que tendrán consecuencias diferentes sobre las personas y grupos con los que trabajemos. De la misma manera, no es lo mismo hablar de programas que hablar de proyectos, igual que no es lo mismo la praxis que la práctica, ni es lo mismo socialización que sociabilidad, ni da lo mismo hablar de agentes o actores… y tantos otros términos que, aunque parece que se pueden utilizar indistintamente, implican planteamientos diferentes y formas distintas de entender la práctica educativa.
Por tanto creo que es muy necesario pararnos a pensar en qué términos utilizamos, de dónde vienen y qué implican realmente, porque aunque pueda parecer algo nimio y sin importancia, está cargado de intenciones. Hace no mucho reflexionábamos también en la asignatura de Participación sobre el término de “exclusión social”, a partir de un texto de Marta Venceslao titulado “De la pobreza a la exclusión”. Parece que resulta más políticamente correcto hablar de exclusión social que hablar de pobreza, explotación o injusticia social, y quizá por eso el término se ha puesto tan de moda de unos años a esta parte. Si bien es cierto que el término de exclusión social engloba más realidades y situaciones vitales de las que englobaba el término de pobreza, debemos procurar un uso riguroso del mismo, porque corremos el riesgo de homogeneizar la singularidad de las distintas situaciones de exclusión. Además parece que al hablar de exclusión social hacemos hincapié en procesos, circunstancias y factores del ciclo vital de los individuos que los han llevado hasta esa situación de exclusión, pero no se habla de cuáles son las verdaderas causas de la exclusión, estructurales e inherentes al sistema, al igual que tampoco se habla de la función que los excluidos cumplen en el sistema. Por tanto, como comentaba antes, vemos que no es inocuo usar unos u otros términos. Con este discurso, se trabaja con los excluidos en lugar de atacar los procesos y los elementos del sistema que generan exclusión de manera sistemática.
Nos movemos en un ámbito, el de lo social, plagado de palabras, categorías teóricas y etiquetas que hemos de usar con cautela, y sobre todo siendo muy conscientes de las implicaciones y consecuencias que tienen.
Debatíamos el otro día en clase acerca de la utilidad o no de esto, de si sirve de algo cambiar nuestra forma de hablar o si realmente da igual, no tiene gran relevancia, ni llega a los ámbitos donde se toman las decisiones, y por tanto hacen falta acciones más contundentes.
Personalmente creo que aunque desde el pensamiento hegemónico se nos intente imponer una forma de hacer las cosas, igual que se nos intenta imponer una cultura, cada individuo con nuestras acciones vamos creando cultura y vamos inventando nuestra manera de llevar a cabo la acción educativa. Creo que tengo el poder de decidir qué palabras uso y decido usar mis palabras como herramienta de poder, como acto político con unas implicaciones nada azarosas, sino cargadas de intencionalidad. Y además confío en que las pequeñas acciones y los pequeños cambios que se van contagiando y expandiendo a nivel micro pueden llegar a esas altas esferas que tan inalcanzables nos parecen y dar lugar a grandes cambios a nivel macro.

Tomemos conciencia pues de lo que decimos y utilicemos las palabras como herramienta de poder y de transformación, porque con nuestro lenguaje vamos configurando la realidad, hacemos cultura y hacemos política, nos guste o no.
Aire-Marina Guillén
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